jueves, 21 de junio de 2007

Creencias ancestrales



CREENCIAS ANCESTRALES


La plana mayor del ejército austriaco se hallaba congregada en torno a un mapa extendido sobre una mesa del cuartel general, y seguía atentamente el movimiento de un ratón. Tenía sus patas impregnadas en tinta y al caminar trazaba una ruta sobre el mapa. Aquello no era un pasatiempo de soldados, sino una reunión absolutamente seria sobre estrategia militar.
Corría el año 1796 y la campaña austriaca contra Napoleón marchaba muy mal. Los generales estaban preocupados y no sabían qué hacer. En su desesperación decidieron adoptar un recurso tan antiguo como la misma guerra: servirse de una criatura viviente para conocer el futuro y tomar una determinación. Pero el ratón no supo indicarles el camino de la victoria y Napoleón aniquiló las fuerzas austriacas.
En todo el mundo y en todas las épocas, ratones, aves, gatos, huesos de animales, plantas e incluso partes del cuerpo humano han constituido los mis genuinos ingredientes del arte adivinatorio. Los supersticiosos, que ven en el gato negro que se cruza en su camino excelente presagio para un viaje, inciden en una gratuita creencia que se remonta miles de años.
Los antiguos griegos, que se cuidaban de tener a los dioses de su parte en cualquier gestión de importancia, solían dibujar un círculo en el suelo y dividirlo en 24 sectores. En cada uno dibujaban una letra del alfabeto y colocaban un grano de trigo.
En el centro del círculo situaban un ave de corral. El mensaje de los dioses venía determinado por el orden en que el ave picoteara los granos.
En muchos idiomas existen ciertas frases hechas alusivas a los huesos. Por ejemplo: «Lo presiento en los huesos» (inglés) o «allí daré con mis huesos» (español). Lo curioso es que expresiones como éstas han sobrevivido a costumbres ancestrales; en este caso, el arrojar huesos de animales al suelo y estudiar lo que revelaba su modo de caer.
Aún hoy existe en Guatemala un hechicero que conservaba prácticas fundadas en el «comportamiento» de miembros del cuerpo humano. Para realizar sus predicciones formula una pregunta a cierto espíritu que se supone habita en su pantorrilla derecha. Si su pierna se encoge, la respuesta es afirmativa; si la pierna no se mueve, la respuesta es negativa.
Los productos de la naturaleza se han utilizado no sólo para conocer los secretos del futuro, sino también la realidad presente.
Un puñado de guisantes (chícharos) servía para decir si una persona acusada de robo era culpable o inocente. Durante la Edad Media, en algunas regiones de Europa se colocaban en una mesa, bajo una cacerola invertida, y todos los sospechosos se acercaban por turno. Se decía que frente al culpable rebotaban dentro de la cacerola.
Esta curiosa creencia en el poder del guisante no resulta sorprendente, ya que la magia prestó servicios a la justicia durante cientos de años, incluso en el mundo occidental. En los siglos XVI y XVII, la mayoría de los países europeos se ocupaban mucho de las brujas, y los métodos empleados para identificar a las sospechosas se basaban con frecuencia en hechicerías.
Para discernir sobre la culpabilidad de una supuesta bruja se la ataba de pies y manos y se le arrojaba a un río o a un estanque. Si se hundía, era rescatada enseguida y declarada inocente. Pero si flotaba, se le condenaba; pues se decía que el agua rechazaba a los hijos de Satanás. No se sabe cuántas inocentes perecieron ahogadas.
El fuego y el agua siempre han sido elementos naturales especialmente venerados como instrumentos reveladores del futuro. En la antigua Roma se arrojaban al fuego semillas de amapola y, según la forma de las llamas, se manifestaban los secretos más ocultos. En la actualidad todavía existen hogares donde se teme una muerte inminente en la familia cuando una tea en forma de ataúd se desprende el fuego.
En general, el método del agua para predecir el futuro se ha basado en la sencilla regla que gobernaba el juicio de las brujas: hundirse o flotar. Entre los indios popolocas del estado de Puebla (México) existe la costumbre de arrojar pequeñas bolas de incienso en unos jarrones de agua. Si las bolas flotan, la respuesta a la pregunta formulada es afirmativa.
Hasta hace relativamente poco tiempo, en Nueva Inglaterra (Estados Unidos) no era infrecuente que una muchacha, deseosa de averiguar su futuro sentimental, escribiese los nombres de sus pretendientes en trozos de papel, que luego introducía en una tina. El primer fragmento que saliera a la superficie llevaba el nombre del joven elegido.


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